Hay en la casa real un gran alboroto pues
la princesa esta casamentera y han llegado dos varones de noble y gran
reputación, cada quien ha traído regalos y sorpresas, y ante el Rey y la
Reina han pedido la mano de la doncella, la cual siempre esta hermosa y
bella. Y entonces, el Rey les ha preguntado:
- ¿ Sí quieren la mano de mi hija qué están dispuesto a dar ?
Ambos caballeros contestaron; claro uno después
del otro. El primero era alto y sonrosado y de apariencia muy juvenil y de
amplia sonrisa. Dijo éste así:
- Yo tengo para dar a la princesa, una sonrisa,
una flor y una gran fiesta.
Y el Rey le dijo:
- ¿Y nada más?
- Bueno si, yo le puedo dar un poquito más de
amor cada día. –
Contestó el caballero.
Y el Rey pensó en su interior: “esto es demasiado
poco, este caballero debe de estar loco”.
Se le dio paso al otro caballero. Su semblante
era un tanto diferente al primero, era muy pálido, parecía hecho como del
polvo de la luna, su mirada profunda y su rostro reflejaba un misterio
inexpugnable.
El Rey le preguntó:
- ¿Qué tienes para ofrecer a mi hija?
Y el entonces contestó :
- Tengo para ofrecer una sonrisa, la cual siempre
sería presente, no tengo una flor, tengo toda la vida de las flores para
ofrecerte. Y sí hablamos de amor tengo la eternidad y si quieren fiesta
tendrá una fiesta de la cual nadie jamás podrá olvidar, por que bien se
que todos comentaran: ¡ Que hermosa se veía la princesa , si parecía de
cristal!
El Rey entonces no se pudo contener y expresó estas palabras:
- Tú habrás de beber del cáliz de su boca.
Y el caballero contestó:
- Esta bien, se acabo la vida loca. En aquel
mismo instante la princesa cayó en los brazos de este caballero, pero cayó
sin vida, la princesa estaba muerta.
Y se cumplió la promesa de aquel caballero, la
gran fiesta fue un entierro y la princesa parecía de cristal. Miles y
miles de flores estuvieron delante de su féretro. Y aquel caballero
extraño, pálido y sincero se llevó a la princesa y le brindó la eternidad,
y esa es la sonrisa eterna porque aquel caballero no era nada menos que el
mismo ángel de la muerte. Y el otro pretendiente lloraba en silencio a su
princesa perdida, pues la vida solo puede darnos una flor a la vez, una
sonrisa a la vez y un poco más amor cada día. Más la muerte nos brinda el
misterio de la fría eternidad.
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